Gabriel José García Márquez nació
en Aracataca (Colombia) en 1928. Cursó estudios secundarios en San José a
partir de 1940 y finalizó su bachillerato en el Colegio Liceo de Zipaquirá, el
12 de diciembre de 1946. Se matriculó en la Facultad de Derecho de la
Universidad Nacional de Cartagena el 25 de febrero de 1947, aunque sin mostrar
excesivo interés por los estudios. Su amistad con el médico y escritor Manuel
Zapata Olivella le permitió acceder al periodismo. Inmediatamente después del
"Bogotazo" (el asesinato del dirigente liberal Jorge Eliécer Gaitán
en Bogotá, las posteriores manifestaciones y la brutal represión de las
mismas), comenzaron sus colaboraciones en el periódico liberal El Universal,
que había sido fundado el mes de marzo de ese mismo año por Domingo López
Escauriaza.
Tras este libro, el autor publicó la
que, en sus propias palabras, constituiría su novela preferida: El
otoño del patriarca (1975), una historia turbia y cargada de tintes
visionarios acerca del absurdo periplo de un dictador solitario y grotesco. Algo
más tarde, publicaría los cuentos La increíble historia de la cándida
Eréndira y de su abuela desalmada (1977), y Crónica de una muerte
anunciada (1981), novela breve basada en un suceso real de amor y venganza
que adquiere dimensiones de leyenda, gracias a un desarrollo narrativo de una
precisión y una intensidad insuperables. Su siguiente gran obra, El amor en
los tiempos del cólera, se publicó en 1987: se trata de una historia de
amor que atraviesa los tiempos y las edades, retomando el estilo mítico y
maravilloso. Una originalísima y gran novela de amor, que revela un profundo
conocimiento del corazón humano. Pero es mucho más que eso, debido a la
multitud de episodios que se entretejen con la historia central, y en los que
brilla hasta lo increíble la imaginación del autor.
En 1982 le había sido concedido, no
menos que merecidamente, el Premio Nóbel de Literatura. Una vez concluida su
anterior novela, vuelve al reportaje con Miguel Littin, clandestino en Chile
(1986), escribe un texto teatral, Diatriba de amor para un hombre sentado
(1987), y recupera el tema del dictador latinoamericano en El general en su
laberinto (1989), e incluso agrupa algunos relatos desperdigados
bajo el título Doce cuentos peregrinos (1992).
Nuevamente, en sus últimas obras, podemos apreciar la conjunción de la novela
amorosa y sentimental con el reportaje: así en Del amor y otros demonios
(1994) y Noticia de un secuestro (1997). Ha publicado también libros de
crónicas, guiones cinematográficos y varios volúmenes de recopilación de sus
artículos periodísticos: Textos costeños, Entre cachacos, Europa
y América y Notas de prensa.
REFERENCIA ARGUMENTAL DE ALGUNAS NOVELAS
Esta
novela trata de la inesperada muerte de Santiago Nassar. A pesar de que la
novela empieza con el "final", o sea, revelándonos la muerte del
protagonista, surgen otras inquietudes que dejan al lector preguntándose y
hasta "metiéndose" en la novela.
Cien Años de Soledad
Novela
que, por su singularidad en la presentación de mundos narrativos excepcionales,
hizo que se le concediera a Gabriel García Márquez el Premio Nóbel en 1982.
Cien
Años de Soledad es un ejemplo de los modos de vida propios de los pueblos latinoamericanos, además de otros
temas de profundidad, mezclados con ficción, hipérboles y aquel realismo mágico
característico del autor. El argumento
pareciera sencillo: las diferentes vicisitudes de la familia Buendía en un
pueblo inventado llamado Macondo. La soledad, como un factor decisivo en
la trama de la novela, envuelve a los personajes en sentimientos de culpa y
ruptura de comunicación generados por
las relaciones sexuales incestuosas. Aunque en el desenvolvimiento narrativo la
culpa se produce en el ámbito del incesto,
en un nivel más amplio arrastra la ideología propia del pecado original
ligada a prohibiciones, castración psíquica y castigo.
Escrita
en 1986. Cuenta la historia de Florentino Ariza y Fermina Daza, una trama
sentimental sobre cómo Florentino Ariza, amante repudiado por su primera novia,
sufre las consecuencias del amor en los tiempos del cólera. Una lista larga de
personajes aparece en las vidas de éstos manteniendo al lector en constante
expectación.
Según
García Márquez, esta novela surgió de la visión de un hombre esperando el
correo en un pequeño pueblo y que después fue la misma espera y desesperación
que tuvo que pasar en París. Pequeña obra maestra, la novela cuenta la historia
de un coronel retirado que espera ansiosamente una carta que contiene su
pensión, mientras ve cómo se pierde en la miseria. Es entretenida y crea en el
lector en algunos casos enojo por el ingenuo coronel y por la injusticia que
éste padece.
Publicado
en 1970, es la recopilación de reportajes aparecidos en El Espectador en 1955,
los cuales pueden leerse como una apasionante novela. Cuenta la historia
verídica de Luis Alejandro Velasco, quien quedó varado en el mar 10 días hasta
ser salvado por los habitantes de una aldea cercana al mar. La publicación de
este reportaje crea revuelo en Colombia al comprobarse que la embarcación llevaba
contrabando de Estados Unidos a Colombia.
Ambientada
en el siglo XVIII, en la costa tropical de la Colombia colonial, esta novela
trágica cuenta la historia de Sierva María y el sacerdote Cayetano Delaura,
cuyos castos amoríos los conducen a la destrucción.
CIEN AÑOS
DE SOLEDAD
(FRAGMENTOS)
I
Muchos años después, frente
al pelotón de fusilamiento, el coronel Aureliano Buendía había de recordar
aquella tarde remota en que su padre lo llevó a conocer el hielo. Macondo era
entonces una aldea de veinte casas de barro y cañabrava construidas a la orilla
de un río de aguas diáfanas que se precipitaban por un lecho de piedras
pulidas, blancas y enormes como huevos prehistóricos. El mundo era tan
reciente, que muchas cosas carecían de nombre y para mencionarlas había que
señalarlas con el dedo.
II
A los niños no les interesó
la noticia. Estaban obstinados en que su padre los llevara a conocer la
portentosa novedad de los sabios de Memphis, anunciada a la entrada de una
tienda que, según decían, perteneció al rey Salomón. Tanto insistieron, que
José Arcadio Buendía pagó los treinta reales
y los condujo hasta el centro de la carpa, donde había un gigante de
torso peludo y cabeza rapada, con un anillo de cobre en la nariz y una pesada
cadena de hierro en el tobillo, custodiando un cofre de pirata. Al ser
destapado por el gigante, el cofre dejó escapar un aliento glacial. Dentro solo
había un enorme bloque transparente, con infinitas agujas internas en las
cuales se despedazaba en estrellas de colores la calidad del crepúsculo.
Desconcertado, sabiendo que los niños esperaban una explicación inmediata, José
Arcadio Buendía se atrevió a murmurar:
- Es el diamante más grande del
mundo.
No- corrigió el gitano-. Es hielo.
José Arcadio Buendía, sin
entender, extendió la mano hacia el témpano, pero el gigante se la apartó.
“Cinco reales más para tocarlos”, dijo. José Arcadio Buendía los pagó y
entonces puso la mano sobre el hielo y la mantuvo puesta por varios minutos,
mientras el corazón se le hinchaba de temor y de júbilo al contacto del
misterio. Sin saber qué decir, pagó otros diez reales para que sus hijos
vivieran la prodigiosa experiencia. El pequeño José Arcadio se negó a tocarlo.
Aureliano, en cambio, dio un paso hacia delante, puso la mano y la retiró en el
acto. “Está hirviendo”, exclamó asustado. Pero su padre no le prestó atención.
Embriagado por la evidencia del prodigio, en aquel momento se olvidó de la
frustración de sus empresas delirantes y del cuerpo de Melquíades abandonado al
apetito de los calamares. Pagó otros cinco reales, y con la mano puesta en el
témpano, como expresando un testimonio sobre el texto sagrado, exclamó:
- Este es el gran invento de nuestro
tiempo.
III
Un domingo, a las seis de la
tarde, Amaranta Úrsula sintió los apremios del parto. La sonriente comadrona de
las muchachitas que se acostaban por hambre la hizo subir en la mesa del
comedor, se le acaballó en el vientre, y la maltrató con galopes cerriles hasta
que sus gritos fueron acallados por los berridos de un varón formidable. A
través de las lágrimas, Amaranta Úrsula vio que era un Buendía de los grandes,
macizo y voluntarioso como los José Arcadio, con los ojos abiertos y
clarividentes de los Aurelianos, y predispuesto para empezar la estirpe ora vez
por el principio y purificarla de sus vicios perniciosos y su vocación solitaria,
porque era el único en un siglo que había sido engendrado con amor.
-
Es
todo un antropófago –dijo-. Se llamará Rodrigo.
-
No
– la contradijo su marido-. Se llamará Aureliano y ganará treinta y dos
guerras.
Después de cortarle el
ombligo, la comadrona se puso a quitarle con un trapo el ungüento azul que le
cubría el cuerpo, alumbrada por Aureliano con una lámpara. Solo cuando lo
voltearon boca abajo se dieron cuenta de que tenía algo más que el resto de los
hombres, y se inclinaron para examinarlo. Era una cola de cerdo.
No se alarmaron. Aureliano y
Amaranta Úrsula no conocían el precedente familiar, ni recordaban las pavorosas
admoniciones de Úrsula, y la comadrona acabó de tranquilizarlos con la
suposición de que aquella cola inútil podía cortarse cuando el niño mudara los dientes. Luego no tuvieron ocasión de
volver a pensar en eso, porque Amaranta Úrsula se desangraba en un manantial
incontenible. Trataron de socorrerla con apósitos de telaraña y apelmazamientos
de ceniza, pero era como querer cerrar un surtidor con las manos. En las
primeras horas, ella hacía esfuerzos por conservar el buen humor. Le tomaba la
mano al asustado Aureliano, y le suplicaba que no se preocupara, que la gente
como ella no estaba hecha para morirse contra la voluntad, y se reventaba de
risa con los recursos truculentos de la comadrona. Pero a medida que a
Aureliano lo abandonaban las esperanzas, ella se iba haciendo menos visible,
como si la estuvieran borrando de la luz, hasta que se hundió en el sopor. Al
amanecer del lunes llevaron una mujer que rezó junto a su cama oraciones de
cauterio, infalibles en hombres y animales, pero la sangre apasionada de
Amaranta Úrsula era insensible a todo artificio distinto del amor. En la tarde,
después de veinticuatro horas de desesperación, supieron que estaba muerta
porque el caudal se agotó sin auxilios, y se le afiló el perfil, y los
verdugones de la cara se le desvanecieron en una aurora de alabastro, y volvió
a sonreír.
Aureliano no comprendió
hasta entonces cuánto quería a sus amigos, cuánta falta le hacían y cuánto
hubiera dado por estar con ellos en aquel momento. Puso al niño en la canastilla
que su madre le había preparado, le tapó la cara al cadáver con una manta, y
vagó sin rumbo por el pueblo desierto, buscando un desfiladero de regreso al
pasado….







